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A mon seul désir

- ii -


  

Día 2... Escribir por no permitir que él ignorase para toda la vida lo mucho que había significado él, en la suya. Le había esperado tanto tiempo y estaba siendo tan duro tener que renunciar sin presentar batalla a tantos sueños... Esta pretende ser la historia de Ana O., más o menos desde que le conoció.

       Sólo recordaba dónde le había conocido: fue en la consulta de su médico, pero todo lo demás eran alusiones muy vagas de él. ¿Por qué no le había prestado atención? ¿A qué había acudido allí aquel día?. ¿Y por qué le había dicho él que era demasiado joven para sufrir de las cervicales?... El caso era que Ana O.,  por lo que fuese, en su memoria le conservaba asociado a la incomprensión. Indudablemente era un hombre 'intratable' y quizá por eso no le olvidó... Y más tarde como perdido en la ambigüedad del tiempo pero no en la inmensidad del espacio, recordaba haberse mirado con él cerca de un parque y de una parada de autobús. Él comenzaba a subir la cuesta de la calle y llevaba en la mano un maletín. Recordó que en aquel entonces era una mujer enamorada y cuando se alejó de él se reprochó el coincidirse con sus ojos con tanta sonora intensidad. Fue después de aquella mirada mutua  cuándo él dejó de ser una vaga alusión. Indudablemente era un hombre muy atractivo y ya no le olvidó... y también recordó  habérselo encontrado quizás antes de aquello, un lunes en una plaza concurrida. Le descubrió de repente entre el agobiante gentío  y la alegría había brotado alada de su corazón. Le observó divertida mientras él curioseaba las prendas de ropa barata del tenderete. En la mano el maletín. ¿Pero qué hacía un hombre como aquel allí?. Y si no hubiese estado acompañada, sin duda habría permanecido tras él, curiosa, espiando todos sus movimientos. Pero tuvo que marcharse, y se alejó con nostalgia de él. Era la atracción, y a pesar de ser una mujer enamorada siempre que caminaba por aquella plaza le recordaba y esperaba verle aparecer.

       

       Era un cuatro de enero. Yo subía por la calle de la Florida, cerca del ayuntamiento, y allí estaba él; otra vez mirándome con interés mientras bajaba por la acera contraria. Transcurrió, pero no pude dejar de pensar en él... Era la cuarta vez que le veía en mi vida. Era peligroso, me lo hacía sentir esa manera suya de mirar y lo que era capaz de provocar en mí... Ningún hombre así hasta aquel... sólo tú, pero dejaste de hacerlo. Sólo él, pero me recogió en un desmayo y... era peligroso como tú; yo te lo dije. Desde que te conocí, nadie me había atraído así . Me interesaba y tú ya me habías hecho derramar demasiadas lágrimas. Sofía, Mónica, Yolanda, Susana, 'Dilaila'... Era eso un cuatro de enero, no había transcurrido más de una hora y volví a encontrarme con sus ojos, de sorpresa, en la Avenida de la Calzada. Esta vez frente a frente. ¡Woaow!. Era muy interesante...

 

desde casi el principio ( - i - )

 

Día 1... Al pasar por delante del quiosco, por delante del cual desde hacía  quince días pasaba a diario, la mujer a la que últimamente parecía habérsele adherido un antiguo y constante estado de pesada tristeza, una foto y un titular reclamaron su atención: 'Ana Obregón enamorada de un médico'. ¡Qué curioso! -pensó. Probablemente fuese una asociación consecutiva de ideas estúpidas o de estúpidas ideas pero siempre se había sentido especialmente  identificada con aquella 'bulliciosa y divertida' mujer. Una mariposa. Vista desde fuera sólo otra mariposa... ¡Qué fácil y que simple fue siempre emitir  severos juicios desde afuera!... Se detuvo unos instantes delante del escaparate abarrotado de revistas y pensó: ¿Y él la corresponde?. Pero qué tonta eres!. Pues claro. Los hombres al principio siempre la corresponden. Es luego cuando todo se le tuerce como a mí. Pues eso, por similitudes llamaré a la 'chica' de mi historia Ana O. Ana O también está enamorada de un médico. Hoy debería haber sido fiesta. Ana O. había escuchado un discurso bastante airado sobre la falta de raíces que demostraban los concejales del ayuntamiento a la mujer que le había despachado los caramelos. Y a Ella que le importaba lo que opinase aquella buena mujer. ¿Por qué estaban aún cerradas las ventanas de la casa?. El verlas así le había hecho creer que ellos todavía no habían vuelto de la salida del fin de semana, pero luego el coche la sacó de dudas. Estaban aquí, y si él tenía trabajo no necesitaba coche para desempeñarlo. ¡Porras!. ¿Es que nunca va acabarse este maldito verano?. Como puede ser tan diferente un agosto de otro. El agosto del año pasado le había traído la esperanza... Hermoso regalo. Había sido un agosto mágico. Ana O. esta noche siente miedo: ¿Y si se ha acabado todo y ella no se ha dado cuenta?. ¿Y si él ya no siente ni ganas de verla?... Tenía que hacer algo. No podía continuar por más tiempo quieta, pero tampoco quería equivocarse. Escribir. Escribir para no olvidarlo y para lograr que, al menos, por unos renglones él la recordase.

Albedo - ii -

Albedo - ii -

Abrazarla es sentir la luz en mi corazón.

Dejar que su cabecita desvalida repose sobre mi hombro y apoyar yo en ella la mía con delicadeza

Permitir que su manita se quede entre las dos que yo tengo y que las yemas de sus dedos acaricien mis uñas hasta saber a ciencia cierta que por mucho que insista yo ni me cansaré ni le haré daño.

Y protegerla contra mí, sobre todo prometérmelo, y ampararla siempre, y rodearla con el hueco de mi ala porque es en eso en lo que siento que se ha convertido mi abrazo. Y haberla echado de menos, tantísimo, que la vida tenía mucho menos sentido aunque no debiera.

Y comprender que la amo, que la amo como si en vez de sólo suya hubiera sido nuestra, un fruto tardío de nuestro amor...

¡Pobrecita!. Ha estado enferma, ha estado muy enferma y yo sin saberlo... ¡Pobrecita!. Y yo que quería que se me muriera junio y lo que casi se me muere es ella

 

Albedo - i -

Albedo    - i -

... una vez fui negra, y del color carbunclo del carbón cuando arde en las brasas del fuego...

 .

 

 

Ataraxia

Ataraxia

Disposición del ánimo propuesta por los epicúreos, estoicos y escépticos gracias a la cual alcanzamos el equilibrio emocional mediante la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos, y a la fortaleza del alma frente a la adversidad. Tranquilidad espiritual, paz interior.

        Esta disposición del espíritu es muy parecida a la apatía propuesta por los estoicos e incluso muchos autores no creen necesario distinguirla. Sin embargo se pueden señalar algunas diferencias. Así, la apatía es más típicamente estoica y la ataraxia se encuentra con más frecuencia en las propuestas de los filósofos epicúreos y escépticos. La ataraxia, como la apatía, es el estado anímico que nos permite alcanzar la felicidad. Se consigue mediante la disciplina del apetito para que éste nos presente sólo deseos moderados, y tras aprender a aceptar los males y a renunciar a los deseos cuando sean imposibles de cumplir. El matiz más importante que separa la ataraxia de la apatía es que la apatía promueve la felicidad como consecuencia de la eliminación de las pasiones y deseos; por el contrario, la ataraxia lo hace mediante la creación de la fortaleza espiritual, fortaleza frente al dolor corporal y las circunstancias adversas. Aunque en el fondo los dos estados anímicos llevan a las mismas consecuencias: indiferencia o imperturbabilidad ante todo. Epicuro compara el estado espiritual de la ataraxia con el total reposo del mar cuando ningún viento mueve su superficie.
      Finalmente, tanto un estado como el otro otorgan al sabio la libertad: libertad frente a las pasiones, afectos y apetitos, libertad ante la coacción de otras personas, libertad ante las cosas y circunstancias que se oponen a nuestros proyectos.